Lo deseamos lo conseguimos.

¿Homenaje, nostalgia, aburrimiento?
Seguramente de todo un poco.
Aunque lo mas acertado es decir que cuando alguien ama a su oficio; lo mima, lo cuida, lo idolatra y lo venera. Es normal echarlo de menos. El oficio de guía es así, estacional. El verano es un constante ir venir, siempre de acá para allá. Del Naranjo a Peña Santa y subida de madrugada a urriellu para al día siguiente hacer un Torrecerredo.
Estar ocupado es maravilloso y en el momento que esa inercia para por la llegada del otoño te sientes extraño y un poco vacío. Subir a las cumbres es la dulce rutina de los guías. La vida en la montaña es apasionante.
La compartimos con los compañeros, nos hacemos compañía los unos a los otros, nos cuidamos, nos queremos. Junto a los guardas de los refugios formamos la pequeña familia de los profesionales de la montaña. Los que una vez, hace mucho, deseamos vivir el sueño eterno del montañero y ser los protagonistas de nuestro propio libro de cabecera. Tanto lo deseamos que lo conseguimos, y ahora somos esclavos de nosotros mismos.

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