CUMPLEAÑOS

Este domingo 24 de noviembre, es el cumpleaños de una amiga. Cumple 29 años. Es una chica joven. Su nombre es Helena.


Helena es esbelta, de piernas largas y fuertes, espalda recta y bien formada, buena planta. Cabello castaño, ondulado, cascada caudalosa que se riza a la altura de los hombros. Las proporciones de su rostro tampoco dejan indiferente a nadie. Es una guapa pecosita de ojos verdes y bien proporcionados. Afilada la mandíbula, femenina, alberga una boca grande de color vivo y sonrisa pícara.


¿Y que tiene esto que ver esto con la montaña os preguntareis? Pues tiene.

La última vez, o mejor dicho, el último día que había visto a Helena, aun no era así. Porque de esa última vez, de ese último día, habían pasado casi veinte años. Diecisiete para ser exactos.

En aquellos primeros años 90, años gloriosos para la escuela de escalada de Quirós y su refugio, me tocaba cada viernes, al salir del colegio, ponerme a hacer la mochila a toda prisa para ir a pasar el fin de semana a Quirós. Iba todas las semanas junto con mis padres y mi hermano pequeño a la cabaña. La verdad que lo hacía de muy buen grado. Ir a Quirós de aquella para mí era mi razón de ser. Allí tenía todo lo que un niño inquieto podía desear. Me  llevaban a escalar, montaba a caballo, escuchaba mil y una historias de aventuras en montañas. Y además de todo esto estaba Helena. Mi compañera de fatigas.
Mi cabaña querida.



La verdad que no tengo ni idea de cómo nos conocimos, ni cuando, pero supongo que eso para dos niños no es importante. De lo que si me acuerdo, y me acorde durante todos estos años, es de las aventuras que corrimos juntos. Que no da para contarlas todas aquí. Y de su carácter. Que en honor a la verdad, no ha cambiado mucho.


Era una niña pecosita, pequeñita y regordeta, que se metía conmigo por sistema, todo el día estaba dando caña, todo el día midiéndose, pero así y todo nos entendíamos. Venía con sus padres al refugio, Chelo y Fredo Iñiguez, recuerdo que tenían un coche que ella llamaba “el rojito”.


Pasamos mil aventuras. Por el pueblo, por los caminos. Sorteamos serpientes, vacas, ortigas, aldeanos violentos de los que en alguna ocasión me defendió. Nos criamos en medio de un ambiente de escaladores melenudos, anarquistas y fumetas, vestidos de mallas de colores. Entre ellos siempre había personajes interesantes. Mientras nos metíamos el uno con el otro, de fondo sonaba Leño, Extremoduro, Queen, Triana...

En las tardes de invierno, jugábamos al twister en el suelo de la cabaña, nos moríamos de risa, y no dejábamos jugar a mi hermano que era un enano, (nosotros tendríamos 9 y 11 años). Recuerdo una de esas tardes.
Ella llevaba un chaleco de cuello de pico, estábamos pasándolo en grande y la llamaron para cenar. Entonces lo hizo. Un gesto, que se me ha quedado grabado para siempre en la retina. Encogió los hombros a diferentes alturas, a la vez que inclinaba la cabeza hacia un lado, me miró fijamente y sonrió. Se dio media vuelta, y salió caminando muy rápido, ligeramente inclinada hacia adelante. La seguí con la mirada hasta que entro por la puerta del refugio. Recordé muchas veces ese momento.

Un buen día dejaron de ir y desapareció. Siempre creí, que aquella niña sería un recuerdo de mi infancia y que nunca más la volvería a ver. Era lógico pensarlo, nuestras vidas, habían tomado desde muy jóvenes caminos totalmente divergentes. Pero una vez más, queda de manifiesto que la lógica no lo es tanto, y que de la vida hay que esperarse cualquier cosa.


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Chelo, Helena y Yo, 17 años después.



Una tarde de finales de Agosto de este año 2013, estaba sentado tranquilamente en el muro del Refugio Meicin, del que era guarda. Miraba al este, en dirección a la fuente. Observaba las cumbres de la Cordillera Cantábrica. Absorto totalmente en esos pensamientos vi a una chica doblar la esquina. No la conocía. Pero de repente. Encogió los hombros a diferentes alturas, a la vez que inclinaba la cabeza hacia un lado, me miró fijamente y sonrió. En ese momento la conocí. Y sí. No lo podía creer.

¡ERA HELENA!


Helena fue la compañía ideal para mi montuna infancia, era como yo, no le daba miedo nada, no he tenido ninguna otra amiga con la que compartiera tantas aventuras. Fue una figura clave de mi vida en aquellos años. Con ella pude comportarme como lo que era, un niño. Y hacer cosas de niño. La escalada pronto acapararía toda mi atención.

Este es mi pequeño homenaje a su persona, que fue, y es, importante en mi vida.

¡FELIZ CUMPLEAÑOS GUAJA!

Joaquin Alvarez Sanchez.

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