L'Angliru, paraíso a 20 minutos.

Mala temporada de nieves en la Cordillera Cantábrica. Estaciones, profesores, esquiadores… todos sufrimos el malcontento que produce ver la montaña verde en pleno invierno. Diciembre seco, tan seco que tengo que ir a trabajar a Baqueira las navidades.

Pasan los días y la tan deseada nieve se hace de rogar aunque aun nos queda un as en la manga. Finales de Enero.

Siempre, desde que mi cabeza empezó a prestar atención a las conversaciones sobre las manías del clima cantábrico, llevo oyendo hablar sobre la tan famosa nevada de final de enero.

Mas o menos, todos los años llega. Cuando las estaciones están agonizando increpadas por el anticiclon de las azores se produce el milagro de la tan ansiada nevada.

Este año ha sido así. Y tan así ha sido que no se puede subir a esquiar a causa de la violencia de la borrasca.

En la ciudad llueve y hace un frío que pela. Aburridos, ociosos, la cabeza del hombre inquieto es el peor de los enemigos, la ansiedad la peor de las sensaciones y la nevera el peor de los escapes. No podemos mas y de repente;

– ¿Oye, hacemos algo mañana?

-¡Pero si dan muy malo!

-Bueno es igual, vamos a quemar energías a donde sea.

Entonces a mi compañero y amigo Gustavo-rotador se le enciende la bombilla.

-¿vamos al Angliru?

El Angliru es un puerto de montaña que hay al lado de Oviedo, en la sierra del Aramo. Es felizmente famoso por ser etapa reina de la vuelta ciclista a España.

-¡Pues si, vamos al Angliru!

Salimos de Oviedo a la muy relajada hora de las 9 a.m y según nos aproximamos a la sierra alucinamos, hay una nevada tremenda. Nos lleva escasos 25 minutos llegar a la nieve. A 100 metros del coche nos ponemos los esquíes y empezamos a darle brío a la piel de foca.

Estamos alucinados de la nevada y el ambientazo que hay. El bosque de acebos esta pletórico, cubierto de una capa de nieve majestuosa. Subimos por la caja de carretera y el bastón se entierra mas de un metro.

El deporte y el paisaje en el que estamos inmersos hace de nosotros las personas mas felices del mundo.

El puerto nos recibe de forma desagradable, el frío y el viento son intensos lo que entorpece nuestros movimientos y apremia a simplificar en las maniobras para cambiar el esquí de modo ascenso a modo descenso. Me quito un guante para hacer unas fotos y la mano se me congela automáticamente. Me voy con la mano helada y sin fotos.

Ahora el ritual de siempre. Apretar las botas, bloquear la fijación y, por ultimo pasar la bota a modo descenso. Ese es el gran momento, una vez que aprietas la caña de bota y esta hace clac, ya no hay marcha atrás, empieza el descenso.

Somos profesores de esquí y deslizarnos montaña abajo por la nieve virgen es nuestro oficio. Al principio no se ve nada y practicamos un esquí conservador, pero en el momento que salimos de las nubes empieza el desparrame y los chillidos adrenalinicos no hace mas que exteriorizar la enorme alegría que nos inunda.

Esquiamos una ladera norte llena de acebos con bolas rojas y las copas cargadas de nieve. Este sitio es alucinante, lastima que las buenas condiciones aquí duren poco. Pero no hay duda que cuando vuelvan repetiremos en el Angliru.

No dábamos nada por el día y al final ha sido todo un éxito.